domenica, giugno 04, 2006

JOSÉ EL SILENCIOSO

Multitudes aspiran hoy a un porvenir de paz, a una humanidad liberada de las amenazas de la violencia y del hambre. Con el paso del milenio hay gentes sobrecogidas por la inquietud ante el futuro y se encuentran asustadas e inmovilizadas. San José era un hombre justo, una persona que en virtud de la razón obra según justicia, la virtud que reúne a todas las demás.
José, “el silencioso”, está presente en el Evangelio. Se puede pensar que los evangelistas le han citado demasiadas pocas veces, pero San José no es un hombre indeciso y poco dado a actuar, él es justo, por ello actúa. Es una persona proporcionada, desde el uso de la razón, en entregar de si mismo lo que corresponde, obedece con amor ante el descubrimiento del estado de su esposa, se repite en viajes arriesgadísimos para mantener incólume a su familia, ejerce de padre, y se le conoce por ser un trabajador, ¡nada menos!
La tradición estética ha reafirmado excesivamente su duda, y nos lo coloca sombrío, decrépito y exhausto ante la belleza fruto de la gracia que es su esposa, y ante la juventud mesiánica de Jesús. San José en el Evangelio tiene un protagonismo interno indudable ante el romper de los nuevos tiempos mesiánicos, entre las convulsiones epocales y la esperanza que alcanza lo que anhela, Cristo, el Mesías prometido, el Hijo de Dios que lo muestra como Amor.
El drama histórico no es infrecuente cuando aparecen nuevas épocas y convicciones, el bien y la paz no surgen humanamente por un abandono temeroso, San José toma continuamente decisiones, “decidió abandonar a su Esposa”, pero la toma definitivamente como Esposa “porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo” (Mt 1,20), “le pone al Hijo un nombre”, va a empadronarse a Belén donde su mujer da a luz un hijo, allí junto a su mujer recibe numerosas visitas de pastores y reyes porque el niño había sido indicado por la profecía o el oráculo divino como el Mesías, ante la persecución “se levanta y va a Egipto”, “vuelve” a pesar del riesgo a “la tierra de Isarel” donde se establece, es carpintero.
La vida de José recoge el drama histórico del surgimiento de nuevos tiempos, allí donde aparece humanamente el bien, la verdad y la justicia las tensiones y reacciones se crecen, es así.
José actúa, toma sus decisiones y entra en acción no irreflexivamente, piensa lo que sucede y resuelve dar lo que otros, por su situación, esperan de él. Estamos tentados en esperar de San José descripciones a la altura del momento: que entrase en una fase dialéctica de oposición ante el perseguidor, ante situaciones no programadas, ante la pobreza en la que se ven envueltos sus viajes. No, San José actúa según corresponde en la anomalía de la situación, procurando el mayor bien, confiando en la misma razón humana ante situaciones concretas, se pone al servicio de la causa humana y de los nuevos tiempos de los cuales tiene noticia gracias a la fe.
Nos encontramos en un período en el que muchos se preguntan: ¿pero qué es la fe? La fe es una confianza muy sencilla en Dios, un impulso de confianza indispensable, retomada sin cesar en el transcurso de la vida. San José es un hombre de fe, la incertidumbre y la razón son iluminadas por la fe, es la misma fe que le lleva a actuar con evidencia y dentro de la proporcionalidad de la acción y del servicio a la que está llamado el ser humano en la comunidad y la sociedad. El Evangelio denota externamente como San José es un hombre que actúa con paz, ¡Sí! es un hombre de paz, no deja de reemprenderse con impulso y vive confiado.
En cada uno puede haber dudas. No tienen nada de inquietante. Quisiéramos, sobre todo, escuchar como San José el susurro de Dios en nuestros corazones, ¿Tienes dudas? No te inquietes, no te alarmes hasta el punto de refugiarte en el aislamiento o en una reacción incalculada, Cristo dice: “Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde.” (cf. Jn 14,16-18 y 27). Dios existe independientemente de nuestra fe o de nuestras dudas. Cuando se da en nosotros la duda, Dios no se aleja de nosotros. Hay muchos que han hecho este descubrimiento sorprendente: el amor de Dios puede florecer también en un corazón tocado por las dudas. Dostoievski escribió un día en su Cuaderno de notas: Soy un hijo de la duda y de la increencia. ¡Qué terrible sufrimiento me ha costado y me cuesta esta sed de creer, que es sin embargo, más fuerte en mi alma, por más que haya en mí argumentos contrarios… Es a través del crisol de la duda, que ha pasado mi “hosanna”. Y con todo, Dostoievski podía continuar: No hay nada más bello, más profundo, más perfecto que Cristo; no solamente no lo hay, es que no puede haberlo. Cuando este hombre de Dios deja presentir que en él coexiste el no-creyente con el creyente, su amor apasionado por Cristo, el Mesías que ya ha llegado”, no mengua.

Luis Fernández